Ocupa el puesto 19 en el listado FORBES de deportistas mejor pagados del mundo: 32 millones de dólares.

El piloto de Fórmula 1 y de cualquier disciplina del motor que más ingresos tiene al año. Con 29 años ha ganado «sólo» una vez el Campeonato del Mundo y reside, dicen, en Monte-Carlo, Mónaco. Tiene más pinta de sacado de una noche en Los Ángeles que de Reino Unido.

Tres millones de dólares entran a su particular hucha por marcas que confían en él, que se asocian a sus valores y que añaden un pellizco al salario que de por sí tiene como piloto profesional, ahora, en Mercedes Benz.

De él hemos conocido a sus colegas, su padre, su hermano, su novia y hasta a su perro, Rossco, para el que pidió el famoso pase de paddock. El primer perro del mundo con pase oficial para entrar a la Fórmula 1.

Pone patas arriba las ruedas de prensa, pone patas arriba su box y el de su compañero. Viaja por el mundo con gorra de visera plana. Tatuado. Pendientes de diamantes. Cuando gana una carrera, como ayer en Monza hace ese signo con los dedos que sólo un negro con su flow es capaz de hacer sin parecer un pardillo.

El rollo que tiene ha hecho que una marca como Mercedes Benz haya rejuvenecido su imagen de global, aunque esta equilibre la balanza con Nico, polo opuesto.

El branding personal en esa línea fina entre la tontería y extravagancia, lo controlado y lo incontrolable. La imagen de Lewis, junto con Valentino Rossi, lo mejor que he visto.

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